Hoy la recordé. Pensé que la había olvidado, pero no es así. Hay imágenes que se adormilan, se anestesian, y ante un estímulo, despiertan y se asoman a tus recuerdos, golpeándote con ira, desafiándote, diciéndote no me olvidarás, nunca. Era una mujer de mediana edad, parecía de mediana edad, pero a juzgar por sus hijos, no debía empinarse por sobre los 35 años. Desaliñada, vestía siempre la misma falda hasta las rodillas, una blusa multicolor y un chaleco café. Se movía por el barrio con una rapidez pasmosa, cabeza gacha, primero estaba en esta esquina y cerrabas los ojos y ya estaba en la otra. Vivía sola con sus tres hijos, el mayor de los cuales debía tener 8 años, un mocoso calvo, de esos de corte regular corto, tan típico de los papás ochenteros, que parecía que el peluquero ponía una bacinica en la cabeza y rapaba todo el contorno. Unas prominentes orejas y unos ojos desmesuradamente abiertos, vaya a saber por qué, hizo que lo apodaran ‘Marciano’
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